Hay muchas versiones de la historia de Anna Karenina, Greta Garbo en 1935, Vivien Leigh en 1948 y en los últimos años, Sophie Marceau en 1997 y Keira Knightley en el 2012.
Pero esta es la única versión rusa de la novela de León Tolstoi.
Así tal cual como se ha vendido la historia, Anna está casada con un hombre mayor con el que tiene un hijo, pero se enamora de un apuesto militar ruso aún más joven que élla misma.
Las vicisitudes de Anna, principalmente frente a lo que la sociedad, su marido o su amante esperan de élla y lo que élla realmente desea, es lo que constituye el corazón de esta historia.
Tatyana Samoylova interpreta a esa joven mujer que no sabe realmente lo que quiere y se deja llevar por sus arrebatos emocionales que no responden a verdaderos sentimientos sino a la necesidad de ocultar su vacío interior. Y lo hace excepcionalmente.
Tal vez el mejor logro de esta producción es obtener una película rodada íntegramente como estados emocionales y donde los caprichos del momento son la guía del director.
Es muy extraño que esta película haya sido rodada en esos días del regimen soviético. No responde en lo más mínimo a lo que el comunismo exigía de la gente. Quizás haya un atisbo del mensaje de Tolstoi en los personajes de Kitty y Konstantin quienes intentan encontrar la respuesta a sus vidas viviendo en el campo, en contacto con los campesinos y con la naturaleza.
Lo que sí queda absolutamente claro es cuál es la actitud de la alta burguesía frente a la vida en un período pre-soviético. En San Petersburgo o en Moscú, todos se guían por los comentarios y chismes sobre la moral de los demás, aunque nadie se lo toma demasiado en serio.
La fotografía y la reconstrucción de época son fantásticas. Las estaciones de tren parecen irrealmente rescatadas de algún punto congelado en el tiempo.
Sin ir mucho más allá en el argumento, creo que esta película merece ser vista, simplemente porque retrata muy de cerca y con verosimilitud el nudo de la tragedia de la heroína de Tolstoi.
Sobre 10 puntos le asigno 8.
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