Bienvenido a mi mundo

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gracias por la imagen a Germán Banchio

domingo, 10 de noviembre de 2013

Un domingo en el campo (Bertrand Tavernier, 1984)

¡Ah!, es un placer ver un film así. Lleno de la magia del otoño en la campiña francesa y de la magia melancólica de un pintor, el señor Ladmiral, que en un domingo de principios del siglo XX, recibe a sus hijos de visita en su casa del campo.
Como cada domingo, su hijo Gonzague (Michel Aumont) viaja con su mujer y sus tres hijos, Emile, Lucien y Mireille, desde París en tren, a pasar el día con su padre (Louis Ducreux).
Gonzague trabaja en una oficina y su mujer, Marie-Therese (Genevieve Mnich) fue asistente en esa misma oficina, pero desde que tuvo a sus hijos dejó de trabajar para dedicarse a su casa.
Muchas de estas pequeñas notas de sus vidas nos son contadas por una voz en off que llena los agujeros de la historia.
Lo bucólico del lugar, la siesta luego del almuerzo, todo, se ve perturbado por la intempestiva llegada de Irene (Sabine Azema). Irene llega conduciendo su auto y con su flamante perro llamado Caviar.
Despierta a los durmientes, abraza y besa a Mireille y a su padre, y juega con su perro Caviar.
Luego, en una escena de maravillas, que ya querría haber tenido Renoir presente para pintarla, lleva a su padre a una taberna al borde del río, donde hay músicos y la gente baila, los valsecitos franceses.
Ella pide una copa de cerezas con aguardiente y él una de menta.
Hay un pescador que está rondando a la mujer del dueño de la taberna y le regala un pescado. Mientras que el dueño lo espanta.
Todo esto, con una dulzura, con un amor a la vida y con una falta de aceleración total. Nada es compulsivo, nada es ruidoso ni estridente.
Y finalmente Irene se va, tan repentinamente como llegó, en su auto. Gonzague y su familia se quedan a cenar con su padre que pide que no lo dejen solo y luego parten de regreso en el tren.
De vuelta de la estación, el señor Ladmiral, decide descartar el cuadro que estaba pintando y coloca una tela en blanco sobre el atril.
La música es de nada más ni nada menos que de Fauré y agrega una nota deliciosa a la fotografía y el ritmo de la película.
La fotografía es una delicia, tanto de los matices soleados del jardín y del parque, como de los interiores cargados de objetos hermosos, pinturas, muebles y hasta mantones.
Es una película que todos debieran ver, para reconciliarse con la vida y decidir que cuando la muerte llegue, ojalá nos encuentre así, como al señor Ladmiral, en su casa y visitado por sus hijos.
Irene y sus recuerdos
"Un domingo en el campo" se lleva los diez puntos en mi calificación.



2 comentarios:

  1. Gracias por aconsejar esta pelicula que no conozco de Tavernier, la pongo en lista para ver...de este director poseo una de las obras sobre educación que más me gustan Hoy Empieza Todo, siempre la aconsejo vivamente..¿ la conoces? tb. son destacables Alrededor de la Medianoche con músicos de jazz y más actual La Pequeña Lola...
    saludos

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  2. Me pregunto si en Tavernier influye el hecho de conocer, porque seguro que conoce, el delicioso mediometraje de Jean Renoir (sobrino del pintor Renoir, al que citas) Una Partie de Campagne del año 1936..sería cuestión de investigarlo...si no la conoces te aconsejo vivamente hacerlo..Una Partie de Campagne está considerada una joya del cine europeo, según leí cuando la visioné..y, dede luego, es una delicia
    saludos

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