Pienso que por mucho, por mucho tiempo, cuando recuerde por algún motivo esta película, la angustia me va a invadir y me va a costar remontar la tristeza.
Baltasar es un burro y la película cuenta, con una imparcialidad casi hiriente, la triste vida del pobre burro.
De alguna manera, del guión escrito por mismo director, Robert Bresson, se desprende pensar en cuánto influye la ignorante maldad de la raza humana, en los animales con los que compartimos la tierra.
Baltasar es víctima inconsciente de los errores, pecados, orgullos y pequeñeces de los que lo rodean.
Al inicio del film, el burrito recién destetado es llevado como mascota al hogar de Marie, donde élla y Jacques, que está de vacaciones en la granja, juegan con el burrito.
Pero las vacaciones se terminan, el tiempo pasa y Baltasar es usado como bestia de carga.
El padre de Marie (Philippe Asselin) está en litigio por la propiedad de la granja y los campos con el padre de Jacques (Walter Green). Cuando Jacques le ofrece mediar, el padre rechaza por orgullo su mediación y con esa acción va a desencadenar la ruina de su granja y de su familia.
Marie (Anne Wiasemsky) utiliza a Baltasar como animal de tiro de su carro, el padre le dice que es anacrónico como transporte y que debe deshacerse de Baltasar. El burro es vendido entonces a los panaderos. Para hacer el reparto del pan tienen como empleado a Gerard (Francois Lafarge) quien es un ladronzuelo, contrabandista y mala persona.
Gerard seduce a Marie y Marie se deja seducir por él, e inicia su descenso al infierno de la lujuria disfrazada de amor.
Mientras hacen el amor dejan al pobre burro a la intemperie bajo la lluvia y bajo la nieve y el animal enferma.
Ya listos para sacrificarlo aparece Arnold (Jean-Claude Guilbert), un vagabundo del lugar, quien se ofrece a llevárselo con él.
Pero Arnold es un alcóholico y cuando está borracho castiga a sus dos burros obligándolos a huir.
La vida de Baltasar es lo más parecido al camino al calvario de Jesucristo. El alma se oprime y estremece con cada nueva crueldad que sufre el animal.
La realización con una magnífica fotografía en blanco y negro de Ghislain Cloquet, hace que la historia sea a su vez distante y cruel hasta la opresión.
La música, una triste melodía al piano de Jean Wiener, desata también la tristeza en el alma del espectador sensitivo.
El fin de Baltasar
Por tanta tristeza y una descarnada visión del género humano, diez puntos sobre diez para esta obra maestra de Robert Bresson.
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