En una reseña leí que “El último show" es una suave y
nostálgica evocación de la América profunda. Boludeces, nada más lejano a lo
que se puede percibir viendo la película.
"El último show" es la despedida de Robert Altman. Su
manera dulce y sencilla de decir adiós. Quien no haya visto la película podrá
pensar que estoy hablando de un film melancólico o triste. Sí, de alguna manera
lo es. Está sobrecargado de empujones hacia la sensiblería, pero creo que puestos
a propósito.
Toda la puesta en escena crea en el espectador la
sensación de estar metido no en los ojos de la cámara, sino en el mundo de la
mente. La mente que es un teatro de variedades por donde desfilan los
protagonistas de las vivencias de Robert Altman.
La escasa luminosidad, el sonido medido, la falta de
llamados a la realidad, hace que uno se deslice en un mundo de entresueño y ambigüedades.
Lo mismo que sucede en nuestro inconsciente.
Desde el momento en que entendemos que se trata del
último programa radial emitido en vivo desde un teatro todo nos remite a los
años cuarenta. Pero no es verdad. La luz es de los años cuarenta, pero escuchamos comentarios tales como que “ya no se va a poder escuchar una canción en vivo
sino que deberemos resignarnos a escucharlas desde una computadora”. Este
comentario sobresalta, porque no coincide con la imagen que la película intenta
insinuar. Todo se vuelve intemporal, tal como sucede en nuestra mente.
Tampoco los intérpretes están elegidos para destacar
dentro de esa escenografía oscura. Todos ellos se adaptan perfectamente a un
mundo de personajes internos, por donde el dolor y la alegría del mundo, la
cotidianidad y la falta de ambiciones crean una atmósfera de dulzura agridulce.
Claro que hay personajes muy claros. Está el ángel (Virginia Madsen),
que antes que ella misma lo defina ya uno la ha imaginado como emisaria de la
muerte. Cargada de presagios, deslizándose por los diferentes ambientes como un
fantasma. Y está el muerto (L.Q. Jones). Desde el primer momento en que aparece ya uno se
imagina que está en el film para morirse. Es la carta de identidad de Robert
Altman.
Qué significan personajes como el detective Guy Noir
(vaya nombrecito rememorando los detectives hollywoodenses) (Kevin Kline) que es el hilo
conductor de esta pseudo realidad y que está contratado para vigilar la
seguridad dentro del programa o como el empresario (Tommy Lee Jones) que ha comprado el teatro
para convertirlo en un estacionamiento (vaya comentario sarcástico) y que quiere filmar
el último programa con su cámara de video…. Solo Altman lo podría decir. En la
misma descripción hay muchas cosas que hacen volar hacia la imaginación. Las podemos
interpretar como la faceta de control en el espíritu de Altman y como una burla
a su propia despedida.
Pero también hay llamados desesperados hacia el
futuro. La asistente (Maya Rudolph) está embarazada y a punto de dar a luz. Lola (Lindsay Lohan), la hija de
Yolanda (Meryl Streep) escribe poemas en su cuaderno. Claro que todos ellos, según
el mismo personaje declara, hablan acerca del suicidio.
Entonces, para retomar la línea de mi crónica, es en
suma, la forma que este magnífico hombre de cine eligió para decir adiós a
todos aquellos que de alguna manera hemos saboreado sus creaciones.
No creo que se haya muerto a propósito después de
hacer este film, creo que su enfermedad (cáncer) de alguna manera lo empujó a
no dejar abierta su obra. A sentir la obligación de cerrarla desde lo más
íntimo de sus sentimientos, como diciendo adiós a los amigos.
Las canciones que entonan Meryl Streep y Lily Tomlin
son para poner la piel de gallina. Cargadas de emotividad y de repetidos
llamados a lo que ya no es. Como para que uno entienda que no sólo se está
hablando de recuerdos, sino que se los está vivenciando. Y sin embargo no es
triste. Al mejor estilo Altman una suave sonrisa lo envuelve todo.
El humor zafado de Dusty (Woody Harrelson) y Lefty (John C. Reilly) que lleva el lenguaje a extremos impensables en la obra de Altman, son una descarga de su líbido resplandeciente.
Me gustaría que el mismo tipo de sonrisa cerrara
esta crónica, para aquel que supo construir durante toda su filmografía una
radiografía amena y sarcástica de este mundo cargado de debilidades.
No voy a mencionar ningún intento de calificación para una película que brilla por sí misma en la historia del cine.
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