Arturo Ripstein es sin lugar a dudas, el director de cine mexicano más prolífico de la actualidad. Viene filmando desde hace 20 años alrededor de una película por año y todas de una excelente calidad. Claro está que no pertenece a los directores mexicanos que filman en Holywood como Alfonso Cuarón ("Grandes esperanzas" y "Harry Potter xx") ni a los que tienen el ojo puesto en Cannes como Alejandro González Iñárritu ("Babel" y "Biutiful") y Carlos Reygadas ("Japón" y "Luz silenciosa"). Arturo Ripstein es un ejemplo del cine de autor.
Ripstein filma coproducciones con España y con eso logra películas de un nivel inmejorable desde un punto de vista técnico pero que siguen manteniendo su sello.
Ripstein junta su equipo cada vez, Paz Alicia Garcíadiego (su mujer) que escribe los guiones, sus hijos que siempre de algo se encargan, David Mansfield haciendo la música, actores como Patricia Reyes Espíndola que si no me equivoco ha actuado en todas sus películas y con eso consigue que sus películas mantengan su estilo que, aunque heredado de Luis Buñuel (se inició como asistente en "El ángel exterminador"), es absolutamente propio.
Las películas de Arturo Ripstein son melodramas con todas las de la ley que presentan personajes marginados o bien que van marginándose poco a poco. Escuché de mucha gente que le molestan las películas de Ripstein. Como el caso de "Profundo carmesí" y sus asesinos seriales o "La tía Alejandra" y la brujería.
Los nombres lo dicen todo: "La mujer del puerto", "La virgen de la lujuria", "El lugar sin límites", "La perdición de los hombres" o "Carnaval de Sodoma".
En este caso Arturo Ripstein encara a la famosa Madame Bovary de Flaubert para hacer una adaptación a nuestros días. Entonces logra una vez más contar su historia favorita, como personajes de la clase media caen en la total marginación y todo eso producto del "amour fou", el amor loco, que no tiene barreras y lleva a la destrucción.
Extrañamente elige el blanco y negro para filmar. Tal vez para quitarse la tentación de llenar de rojos, púrpuras y bermellones la pantalla. La historia, tremenda en sí, está bastante aligerada por el ritmo que le imprime a los personajes, sobre todo al de Emilia (Arcelia Ramírez) que es quien sostiene todo el tiempo la acción.
Y a pesar del arrastre a la perdición no es una película que arrastre al espectador. No hay ni la menor compasión por el personaje, que se muestra, tal como dice el título de la película, obedeciendo a las "razones del corazón".
Le doy 8 puntos de 10.
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