Sobre la vida de la pintora canadiense Maud Lewis que sufriera de artritis reumática desde su adolescencia, Sherry White escribió un guión poderoso en imágenes y emociones al que la directora irlandesa Aisling Walsh le puso su forma final en una maravillosa película.
Maud Dowley (la increíble Sally Hawkins) vive con su tía Ida en un pueblito de Nueva Escocia. Su hermano Charles la visita para traerle sus pocas posesiones y avisarle que vendió la casa de su madre, esa casa a la que Maud considera su fortaleza.
Escandalizada por la conducta de sus familiares, Maud escucha en el almacén del pueblo a un hombre pidiéndole al almacenero que coloque un aviso pidiendo una sirvienta para su casa. Maud espera que se vaya y saca el aviso directamente.
Al día siguiente se presenta en la casa del pescador Everett Lewis (Ethan Hawks) por el aviso. A Everett, un huérfano que se autoabastece, no le gusta nadie por principio, menos esta mujercita enclenque que apenas si puede mantenerse sobre sus dos pies. Pero al final Maud se sale con la suya y al día siguiente vuelve a prueba.
Pero Maud tiene un amor secreto que es la pintura. Empieza pintando flores y pajaritos sobre las paredes y las ventanas. A Everett no le importa mientras no pinte su pared.
Un día llega a la casa una mujer, Sandra (Kari Matchett). Es una neoyorquina que veranea en Nueva Escocia y que viene a reclamar por dos pescados que Everett le cobró pero nunca le entregó.
Sandra alcanza a ver las pinturas en las paredes y le llama la atención una gallina. Le pregunta a Maud porqué la pintó y le dice que antes de comérsela quería conservar un recuerdo.
Acompañando a Everett a entregar los pescados a Sandra, Maud le deja una postal navideña pintada por ella, que deja a Sandra absolutamente fascinada por el arte de Maud.
Sandra le encarga pinturas a Maud para poder llevárselas a Nueva York.
Everett quiere hacer el amor con Maud, pero Maud le cuenta que tuvo un hijo y que nació deforme y muerto. Esto lo frena a Everett. Más adelante Maud le dirá que ya que viven juntos y duermen juntos, porqué no se casan. Y así termina convenciéndolo.
Las pinturas de Maud empiezan a cobrar fama, hasta que un día llegan a su casa las cámaras de la televisión con un reportero que entrevista a Maud y hasta a Everett cuando asoma la cabeza fuera de la casa.
Everett coloca un aviso sobre el camino, se venden pinturas. Cada cuadro pintado en madera cuesta 5 dólares.
En una charla con Sandra, ella le pide a Maud que le enseñe a pintar. Maud se sonríe y dice que eso no se puede enseñar, es algo que uno trae. Sandra le pregunta, qué es lo que le da motivos para pintar.
"No lo sé." contesta Maud. "Mientras tenga un pincel, nada me importa. Una ventana. Un pájaro que pasa volando. Un abejorro. Siempre es diferente. El total de la vida. El total de la vida ya enmarcado."
Esta película transforma a la vida de Maud en un canto de amor y esperanza hacia toda la vida. Es bueno para todo espectador ver algo así. Nos hace bien.
Nueve puntos sobre diez para esta hermosa muestra de amor a la vida.
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