Bienvenido a mi mundo

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gracias por la imagen a Germán Banchio

viernes, 19 de julio de 2013

Nubes pasajeras (Kauas pilvet karkaavat) (Aki Kaurismaki, 1996)

Lo primero que llama la atención del despojado estilo fílmico de Aki Kaurismäki, es la música finesa que suena como fondo. Son tangos. Pero no tangos argentinos sino tangos fineses. Es sorprendente que dos países con orígenes tan distintos y sin conexiones aparentes, compartan el mismo estilo de música.
Luego de esta acotación que es importante para este blog, ya que prometí volcar aquí lo que me sorprendiera del cine, vuelvo a "Nubes pasajeras".
Si bien nuestras idiosincracias son tan distintas, los problemas que Kaurismäki plantea en su película son afines a toda la humanidad.
Una sociedad empobrecida, donde las "cadenas" compran restaurantes y dejan a la gente que allí trabaja en la calle y, ya en 1996, lo único que les queda es recurrir al seguro de desempleo, por el que sienten vergüenza, pensando que pronto conseguirán otro trabajo.
Para la pareja protagonista, una familia de clase media baja, que vive exclusivamente de su trabajo, perderlo es casi el fin de todo. Los objetos adquiridos a crédito, el juego de sillones, el televisor, les son confiscados. Si recurren a agencias de trabajo, les quitan los pocos ahorros que tienen.
Pero en el estilo de Kaurismäki no entra la auto-compasión, así que lo que hacen es emborracharse a punto de quedar inconscientes y luego siguen adelante intentando otra solución y otra y otra y otra.
Como la frase que dice, "Dios aprieta pero no ahoga", Kaurismäki-Dios termina dándoles una salida y con eso justifica el título de la película, "Nubes pasajeras".
Por supuesto que no era su intención dejar morir a nadie, pero es bastante cruel en su descripción de esa sociedad que rodea a los personajes, parasitada por bancos, financieras, cadenas de negocios monopólicas y sus lacayos matones. Y todo esto, que asola a nuestro mundo en nuestros días, ya está perfectamente definido por Kaurismäki en esta película de, a ver, de 1996.
Tuvieron que pasar 17 años para que viéramos que no era un cuento lo que allí se decía.
Un ejemplo, la dueña del restaurant donde trabaja la protagonista (poner el nombre de los actores no ayuda en nada, la cara que vemos en la foto es la de Ilona, personificada por Kati Outinen), le cuenta que el banco canceló todos los préstamos y las hipotecas fueron compradas por esta "cadena", de la que es gerente, oh casualidad, el que era gerente del banco. De este modo la "cadena" se quedó con el restaurant, del que en un momento se dice, era el mejor restaurant de la ciudad.
No queda mucho más para decir, salvo tratar de definir el estilo de Kaurismäki, donde los actores parecen vivir huyendo y con las mismas caras de espanto reprimido que Edvard Munch pintara en sus cuadros.
La violencia no es disimulada, pero tampoco utilizada para provocar sensaciones. Todo muy frío, muy finés, muy de pueblo acosado en el que solo sobreviven los buenos sentimientos entre la gente. No hay un lugar para ningún dios en esta película, solo para seres humanos y un perro.
Mi calificación es un 8. No es el súper espectáculo, pero es fácil de ver y casi, casi, agradable.


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